Mi proceso de parto en Portugal
- Isabel Da Cunha Ventura
- 16 ene 2023
- 6 Min. de lectura
Uno de los días más importantes de mi vida fue, obviando el hecho de conocer a mi gran amor, uno de los más difíciles también

«Cuando cargues a tu bebé todo pasará», «te olvidarás de todos los males apenas la veas», «nunca sentirás un amor más grande»... y miles de frases más que llevaba conmigo desde mucho antes de estar embarazada.
El miedo era palpable, la ansiedad por tener a mi primer bebé crecía con cada día que pasaba. Mi fecha estimada era el 13 de julio, pero podría pasar antes, solo que, ¿cómo podría distinguir cuáles eran las contracciones que indicaban que ya estaba por llegar Aurora? «Lo sabrás» me decían, como si fuese algo natural. Pues, en mi caso, no lo fue. «Afortunadamente» rompí fuente ese mismo día, el 13 de julio a las 7 a. m.
La emoción no me dejó, de momento, percibir todo el camino que me faltaba.
Fui hasta el hospital con Eduardo (mi esposo), poco más de una hora de camino. Llegué al hospital y me dejaron esperando en urgencias, parada en una esquina hasta que un vigilante tuvo un poco de conciencia y me preguntó si me traía una silla de ruedas para sentarme. Mientras tanto, Eduardo estaba intentando estacionar y mis papás no fueron conmigo porque no los dejarían entrar.
Finalmente me hicieron subir al pabellón de maternidad. Eduardo se quedó abajo «por motivos de seguridad debido al COVID» dijeron, cosa que no entendimos porque se tuvo que hacer un test que salió negativo, pero ni así logró entrar.
Comenzó mi martirio. La semana más caliente en Portugal en años, sin aire acondicionado, sola y con dolores que aumentaban cada vez más.
Una enfermera llamada Isabel me mandó a otra sala para hacerme un tacto. Yo le suplicaba que me diera un calmante para los dolores, pero me dijo «se llama trabajo de parto porque se tiene que pasar trabajo». Segunda red flag.
Al hacerme el tacto lloré como niña, me puse tan mal que otra enfermera más joven intervino. Sangré e Isabel me dijo que era normal, que me estaba dando «una ayuda» para acelerar el proceso. Luego, a forma de regaño me dice que me llamará Fernanda porque me estoy portando mal, a lo que respondí que Fernanda era el nombre de mi papá, así que si su intención era que me sintiera mal lograba el efecto contrario. Fue lo único que pude reclamar. Estaba agotada y demasiado adolorida.
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Sería injusto decir que todos los partos son iguales. En mi familia han habido casos en los que todo corrió de maravilla (sigo hablando de Portugal).
Me enviaron de vuelta a la habitación donde ya estaba otra chica embarazada pero no en trabajo de parto. Los dolores eran demasiados y me decían que no podían hacer nada porque aún no estaba lista. Por mi mente pasaban miles de ideas, no entendía cómo era esto posible si ya había roto fuente.
Pasaron horas hasta que a las 7 p. m. finalmente me dijeron que me pasarían a otra habitación porque ya tenía más dilatación.
Mientras tanto, Eduardo estaba afuera con más de 40 grados de calor. No se podía devolver a casa porque no sabía cuándo le dirían que podría entrar y no podía esperar conmigo porque no era permitido hasta ese momento.
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Lo llamo, le digo que suba con la poca energía que me quedaba. Vomité y me desmayé en el baño. Cuando recupero el conocimiento unas enfermeras me están ayudando a ir a la nueva sala de parto.
Llega Eduardo y me siento más tranquila, sé que me cuidará.
Me llevan a otra habitación y me colocan la epidural. La doctora me dice «estás demasiado nerviosa» y yo incrédula: mamá primeriza, en otro país (obviamente por mi acento se daban cuenta) y me regaña por estar nerviosa.
Han pasado demasiadas horas desde que rompí fuente. Eduardo queda sorprendido que solo le ponen una bata y un sombrero de hospital pero no lo dejan bañarse. Esto ya estando en la sala donde nacerá la bebé.
Finalmente los calmantes comienzan a hacer efecto y logro descansar un poco durante la madrugada. «Intente descansar lo más que pueda porque ya mañana le toca un trabajo fuerte», me dijo otra enfermera.
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Son casi las 12 p. m . y Eduardo comienza a reclamar que han pasado más de 24 horas desde que rompí fuente y aún no he parido. La enfermera le dice que es normal y que está todo bien, pero él se inquieta y yo, como puedo, le aprieto la mano para que no insista. En mis adentros pienso que no quiero molestar a nadie para que no me maltraten.
Llega la doctora y me dice que comience a pujar. Pujo y pujo, bajan los signos vitales de la bebé y me mandan a respirar. Esto sucedió en varios intentos hasta que finalmente llega otro doctor y dice que debe ser cesárea porque no nace la bebé de forma natural.
Pasan varios minutos y llega otro doctor y dice que el anestesiólogo no está disponible para mí. Siento más miedo... Entonces, uno de ellos me ve y me dice que me dará una «ayudadita» para que nazca la bebé.

Comienzan a desarmar la camilla donde estaba, me duele todo y estoy agotadísima. Eduardo me sujeta la mano.
Eduardo quiso grabar el proceso, pero la doctora sale del foco de la cámara y le dice que está prohibido grabar. Claro, luego entendimos por qué.
Pujo y pujo hasta que siento una gran presión y mucho, muchísimo dolor. Pero, finalmente, ¡NACE AURORA! Mi niña soñada no llora demasiado, lo que por unos segundos, en medio de mi letargo, me preocupa. Sin embargo, poco después hace un breve llanto y la envuelven en una manta. La acercan a mí para conocernos, pero me siento tan mal, tan adolorida y agotada que, siendo sincera, este momento no fue lo que siempre imaginé.
La doctora le dice a su colega «Doctor, por esto es que bajaban sus signos vitales, tenía el cordón umbilical preso al cuello». No entendí, y sigo sin entender, cómo no se dieron cuenta de esto antes. Cada vez que yo pujaba el cordón la asfixiaba y por eso no terminaba de nacer cuando yo pujaba. La sacaron con ayuda de un aparato que le deformó -afortunadamente por poco tiempo- su cabecita. Al nacer, me dice Eduardo que se asustó porque su cabeza era como la de un alien, totalmente alargada y deforme.
Después de esto se la llevan, junto con su papá, a revisar que esté todo bien.
Yo, por mi parte, quedo casi desmayada, pero el dolor intenso de una herida que me hicieron y que llevó 12 puntos me mantiene despierta. La doctora comienza a agarrarme los puntos y le digo que me duele. Ella, con una actitud pasivo-agresiva, me dice que si siento dolor o solo la sensación, porque tengo anestesia. Le digo que sé bien la diferencia y que siento el dolor de cuando me pincha con la aguja para tomar cada punto.
Luego de 12, me dice que está todo bien y traen a Aurora. Una de las enfermeras me «enseña» cómo darle pecho y poco después me traen la comida: sardinas con papas al vapor y tomates con cebolla. «Nada más portugués que esto», me dice la doctora.
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Debido al tiempo que pasó Aurora dentro de mi barriga después de haber roto fuente, tuvo una pequeña infección por la cual, en vez de tres días, tuvimos que quedarnos cuatro en el hospital. Con más de 40 grados de calor, sin aire ni un ventilador, se imaginarán la pesadilla que vivíamos.
A Aurora solo le poníamos el pañal, las enfermeras y pediatras que entraban nos pedía llenar un formulario y que, por favor, colocáramos que hacía falta un aire. Estaban sudados y cansados.
La comida nunca la entendí: garbanzos, granos, papas... todo lo que siempre me dijeron que no debía comer, pues a mí me lo dieron en mi posparto en el hospital.
Salimos al cuarto día, con una herida en una zona superincómoda, agotados, acalorados... La experiencia del nacimiento de nuestra hija no fue la mejor de nuestras vidas.
Sin embargo, estuvimos siempre agradecidos porque Aurora ha sido una bebé demasiado sana y perfectita. No olvido el trauma de esos días, pero agradezco que, gracias a eso, tengo a una bebé que cuando me ve, parece que el universo se para.
Tú que me lees, ¿tienes hijos?, ¿cómo fue tu proceso de parto?
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